Humildad



La hybris es la raíz

La imagen de Dios se deforma con el pecado. La arrogante autosuficiencia del hombre –la hybris de los griegos– es la raíz de todo pecado y nuestra constante compañía. Descubramos esa mala raíz, actualizando la contrición, reconociendo que siempre, en el fondo, nosotros somos los culpables.



Señor, líbrame de mí.

Todo el que se humille como este niño, ese será el mayor en el Reino de los Cielos (Mateo 1, 10). ¿De dónde la importancia de la humildad? De la necesidad de espacio para amar. Por eso la presencia en nuestra vida de humillaciones, casi siempre procedentes de las relaciones interpersonales. Intentemos ver detrás una Providencia empeñada en ayudarnos al olvido propio. “¡Sea el Señor alabado, que me libró de mí!”, exclamaba, agradecida, santa Teresa.



Dios humilde

Jesús no nos da lecciones solo con sus palabras, sino también con sus gestos y acciones. Una lección enorme es la Eucaristía, donde nos enseña la humildad. En efecto, la Eucaristía es una bofetada para cualquier intento de enaltecimiento del yo. Ejemplo de los santos: Tomás de Aquino, enormemente sabio, era muy humilde.