Tibieza



Si la sal se desvirtúa

“Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se desvirtúa…”. Los oyentes de Jesús entendían muy bien la comparación, pues la sal del Mar Muerto, a pesar de ser tan abundante, era insípida, al estar mezclada con cal. Si perdemos la vida de oración, de comunión con Dios, nos desvirtuamos. Procuremos mantener una conversación a solas, íntima y confiada durante toda la jornada.



Acedia: fracaso del amor.

El hijo mayor de la parábola del hijo pródigo es el prototipo del hombre tibio. Trabajaba en los campos de su padre, pero no por amor al padre, sino por el deseo de compensaciones. El cardenal Sarah afirma que la situación espiritual de Occidente es la acedia, es decir, la tibieza, el desaliento, la atonía del alma. Tristeza del alma ante lo que debía ser su máxima felicidad. Ataca el gozo, que debería caracterizar al alma en su relación con Dios. ¿El remedio? La Encarnación, la presencia de Jesús vivo con nosotros.



El hijo mayor

Enfocamos nuestra atención en el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Es un retrato magistral del hombre tibio. Estaba en la casa y en los campos del padre, pero sin poner el corazón, esperando la compensación de un cabrito para comérselo con sus amigos. La tibieza es el fracaso del amor y ocasiona la infelicidad de la vida. ¿Un remedio? Subordinar siempre la actividad natural del espíritu a las virtudes sobrenaturales.