Humanidad Santísima



Llagas de Cristo y vida interior

El Apóstol Tomás deseaba ver y tocar las llagas de Cristo. Su incredulidad nos sirve para saber que el Señor permanece con sus llagas abiertas. En nuestra oración contemplativa encontramos en ellas un modo íntimo de tratarlo, un modo de fortalecimiento, de gozo y de desagravio. Busquemos centrar nuestra oración, más que en nosotros, en la Persona del Señor.



Amor que redime

Los viernes contemplamos el Corazón de Jesús, “sede del Amor que ha redimido al mundo”, en frase de Juan Pablo II. Como es su Corazón, así ha de ser el mío: lleno de un amor que salva, que eleva, que asume los pecados y las miserias ajenas y las une a su propio holocausto. Es el sufrimiento vicario, que se concreta en la misericordia.



Encuentra al Resucitado

Dice san Atanasio: “Cristo resucitado transforma la existencia del cristiano en una fiesta continuada”. No solo porque es nuestra esperanza vivir en la eternidad como resucitados, sino también porque desde ahora convivimos con Él. Descubrirlo como a cualquier hombre, al dar la vuelta en una esquina. Y amarlo con amor de eros, no solo de ágape, poniéndolo a Él siempre en primer lugar, confrontando sus gustos con los nuestros.