Santidad



Santidad es amor

El proyecto de Dios es grandioso: hacernos como Él, divinizarnos. Santo es lo propio suyo, a diferencia de lo profano, lo terreno. Para eso nos creó, y por eso la santidad da respuesta a las mayores ansias del corazón humano. No cercena, sino sublima, llevando al hombre a las alturas insospechadas de la intimidad divina.



Simplificarse en la divinización

Prólogo del Evangelio de San Juan. Antes se rezaba al final de todas las misas, para recordar el proyecto de Dios fundamental para con nosotros: hacernos hijos de Dios. Y el Señor vuelve a recordarlo al final de su vida terrena: que seamos en Él, para ser perfectamente uno en el Padre. Esa será la dirección fundamental de nuestra vida, evitando la complicación. Recomendaciones de Mons. Martínez a la beata Concepción Cabrera cuando perdía de vista este proyecto divino.



Hambre y sed de justicia

La cuarta bienaventuranza nos invita a aumentar nuestra hambre y sed de justicia, es decir, de Dios, de su gracia. Aumentar el deseo de santidad, aumentar nuestra ansia de amar. La medida de nuestro Cielo será la medida de nuestro deseo. Anular los otros apetitos, para que resurja el único que merece la pena, porque nos merece el Cielo.