Espíritu Santo



El Espíritu Santo es la gran donación

En sus últimas conversaciones con sus apóstoles, Jesús tenía un interés muy particular en hablarles del Espíritu Santo. “El Paráclito habita en ustedes”, les decía, animándolos a contar con ese Amor sustancial que los llevaría a la santidad. Estemos atentos a sus mociones, recordando que el Espíritu Santo es fruto de la cruz, de la entrega total a Dios y de la renuncia a nosotros mismos.



El Espíritu Santo me espiritualiza y me santifica

Les habrá extrañado a los apóstoles oír que Jesús les decía que les convenía que Él se fuera. Nada amaban más sobre la tierra, y pensaban que, yéndose Jesús, su mundo se despoblaría. Pero es que, si entendemos la donación que hace al irse, comprenderemos cuánta razón encerraban sus palabras. El regalo es el Espíritu Santo, y el Don, antes de ser entregado, es de quien lo posee, pero una vez entregado, es del que lo recibe. El Espíritu Santo es nuestro, y viene a espiritualizarnos y a santificarnos. Aprendamos a contar con Él.



El Espíritu Santo santifica

Al principio de la Creación el Espíritu de Yahvé vivificaba las aguas. En la Encarnación, fecundó el vientre de María, y en Pentecostés descendió sobre los príncipes de la Iglesia. Volverá sobre nosotros para santificarnos y para que colaboremos en la santificación de otros. A veces nos da aldabonazos, a veces es una suave brisa, pero siempre es imprescindible para ir adelante.