Comunión



Comulgar es algo personal

Jesús ha cumplido su promesa de estar con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y de muchas maneras; una, singularísima, en la Sagrada Eucaristía. Pidiéndonos, además, que lo comamos y bebamos, algo inaudito por audaz. En una comunión pasamos del yo litúrgico al yo, pues lo que ha de privar aquí es lo personal.



Comunión sacramental y comunión espiritual

El profeta Isaías habla de un banquete que preparará el Señor del Universo sobre este monte (Jerusalén), para todos los pueblos, con vinos exquisitos y manjares sustanciosos (cf. Is 25, 6-10). Es una hermosa profecía sobre la comunión eucarística, el Pan vivo que nos da vida. Pensemos en nuestros deseos de comulgar, que podemos fomentar a través de las comuniones espirituales.



El Pan vivo es su Carne y mi vida eterna

Yo soy el Pan vivo, bajado del Cielo, el que come de este Pan no morirá para siempre, y el Pan que yo le daré es mi Carne, para que el mundo tenga vida (Jn 6, 51). Palabras que nos deberían volver locos de alegría. La eucaristía nos revela que Jesús quiere compartir con nosotros el futuro, en la más íntima de las uniones posibles. Y que el signo de comer no puede ser más elocuente para demostrar el deseo de la unión.