Humildad



Dios es el que es, yo el que no es.

“Porque vio Dios la humildad de su esclava”, dice María en casa de Isabel. La humildad es asunto de ontología: Dios es el que es; nosotros, los que no somos. El principio de todo pecado tuvo origen en la soberbia; la solución, en la humildad de Dios. Intentemos descubrir el abanico de aspectos donde aparece la soberbia: vanidad, resentimientos, imaginación desbordada, fricciones en el trato, irascibilidad, etc.



Humildad como anonadamiento

Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón (Mt 11, 29). Cantalamessa recalca que, quien se dice humilde en realidad es soberbio. Y además que en muchas ocasiones Jesús no aparece “humilde”: se hace llamar Maestro, discute sin ceder su opinión, e incluso se iguala a su Padre. ¿Dónde está la humildad? Respuesta: en el anonadamiento, a tal grado infinito, que no podemos imaginar. Siendo Dios se hace siervo. Aprendamos el abajamiento, en los distintos ámbitos, siguiendo las pautas del n. 259 de Surco.



Amarse de más, es perderse.

El designo de Dios quiso que la vida terrena del Verbo Encarnado fuera un constante ejemplo y una continuada invitación a la humildad. Y es que la raíz de la soberbia está profundamente enterrada en el corazón del hombre. El que se ama a sí mismo se pierde, decía Jesús. Detectemos “señales evidentes de falta de humildad” que indica san Josemaría en Surco.