Cruz




Sube a Jerusalén

El miércoles de la II semana de Cuaresma el Evangelio recoge la invitación que Jesús hace a sus discípulos: subir a Jerusalén, para ahí ser entregado, azotado, crucificado. Es la invitación a acompañarlo en su Pasión, de la que sacamos fuerza para amar nuestra propia cruz.



La gran reprensión

Fue a san Pedro, incluso más que a los fariseos, a quien Jesús dirigió la más dura reprensión. Lo llamó satanás. Lo hizo por intentar apartar a su Maestro del camino hacia la Cruz. Jesús insiste que no hay otro modo de seguirlo sino negándonos a nosotros mismos y tomando nuestra cruz. Para hacerlo, sacamos nuestra fuerza, como hicieron los santos, de la contemplación de la Pasión.



La Cruz como salvación

La serpiente de bronce que curaba a los judíos es figura de Cristo resucitado. En nuestra situación presente, solo nos salvamos por la Cruz: el que quiera seguirme, que tome cada día su cruz… Santa Teresa habla de ella como “descanso sabroso”, como “vida y consuelo”, como “la bienvenida”. Intentar adquirir también nosotros el sentido profundo de la cruz.